Anécdotas de mi alma máter
Un hombre sabio me motivó a escribir un diario. Este consejo tan simple cambió radicalmente mi relación con la vida y las palabras. Aprendí que una hoja en blanco no es una amenaza sino una posibilidad de atacar el olvido con el arma que más le duele: la memoria. Al depositar pensamientos, experiencias, diálogos e impresiones en una libreta de notas me di cuenta que las personas son los libros más importantes que hay que leer. Aprendí que el mundo es más interesante y bello cuando se nombra.
Escribir requiere paciencia, tacto y delicadeza. Así como los ojos ajenos se respetan, el papel también se respeta. Escribir implica necesariamente equivocarse, porque el arte de la palabra es tan complejo que nunca podrá dominarse completamente. Escribir es convertirse en un eterno aprendiz, hacer el mayor esfuerzo por vivir con curiosidad de niño.
También me percaté de algo increíble a medida que dibujaba letras en mi diario: la escritura es la única profesión que no tiene jubilación.
Gracias al consejo antes mencionado, ustedes, queridos lectores, podrán conocer una selección de relatos cortos sobre mi experiencia como estudiante de Comunicación Social - Periodismo en la Universidad Pontificia Bolivariana, de Medellín. Todos ellos provienen de mi cuaderno de notas.
Vértigo
Llego mareado a la universidad después de un turbulento viaje a bordo del autobús número 304, de la ruta Comercial Hotelera. Al subirme, el conductor ni siquiera contestó el saludo. Estaba nervioso y su rostro, perlado por el sudor. La imprudencia manejaba con él a las cinco velocidades. Durante el trayecto le obsequiaron más de un hijueputazo. No es para menos: casi atropella a un motociclista.
La mujer-libro
Ana Cristina Aristizábal Uribe es fanática del silencio. Le gusta tanto esa palabra que la secuestra. Al escuchar ruido a las afueras del salón, dice:
—¡No saben que estamos en una institución educativa!
Sería injusto decir que la profe Ana es amargada. Todo lo contrario. Es amable, humilde y sencilla. Su espíritu supera en vitalidad al de todos sus alumnos. Ama a los libros hasta la veneración. No solo es escritora, también encuadernadora. Otro día llegó con un diccionario viejo y gigante, restaurado por ella.
–Profe, ¿dónde aprendiste a hacer eso?
–En un momento de psiquiatría baja.
El fabulador
– Yo hablo tres idiomas: inglés, español y mierda, dice Daniel Mora Gómez, un amigo simpático y dicharachero que me dio la universidad. Es musculoso y barbudo. Tiene un doctorado en parranda. Daniel no busca a las fiestas: las fiestas lo buscan a él.
El biblioparlante
El profe Juan Fernando Muñoz Uribe tiene un dominio exquisito de la palabra. Habla como un libro. Si alguien transcribiera cada una de sus frases, podría llevarlas a la imprenta sin corrección alguna. Construye las oraciones con la precisión de un relojero.
Tiene una balanza imaginaria para sopesar las palabras y una habilidad quirúrgica para diseccionarlas mediante su etimología. Su portentosa voz permanece encendida durante la hora y cuarenta minutos de clase. Ni un segundo más, ni un segundo menos.
Mientras algunos de mis compañeros escoltan con el oído a sus explicaciones, una amiga utiliza el celular como espejo mientras se maquilla. Otra finge tomar notas en el computador y se pone a ver Toy Story. Otro amigo está más preocupado por el partido de la Champions League que por la nota del parcial.
–Profe, le queremos elogiar las presentaciones. ¡Le quedaron muy bonitas!, dice mi compañera Valentina Herazo Benítez.
–Gracias, dormiré tranquilo hoy.
Preguntas insólitas
Mi amiga Karen Vanessa Bueno Estrada es más preguntona que las preguntas.
-Profe, ¿qué consejo le darías a alguien para un examen?
-Profe, ¿para ti qué es la amistad?
-Profe, ¿tú que signo eres?
-Profe, ¿cuál es la canción más linda que te han dedicado?
-Profe, ¿cuándo empezaste a hablar con tu esposa?
-Profe, ¿tú has sido infiel?
-Profe, ¿tú te echas queratina?
-Voy a quemar El Éxito, ¿se animan?
La decencia hecha persona
Se distingue desde lejos por el morral de cuero café que carga en su espalda. Hoy viste chaleco, pantalón y zapatos negros, acompañados de una camisa morada. Su cabeza está cubierta por un sombrero de paño. Sus anteojos son discretamente delgados. La cortesía es su ropaje permanente.
Nos saluda a cada uno por el nombre propio. No se le escapa ninguno. Su rostro dibuja una sonrisa de hombre feliz.
-¡Buenas tardes, jóvenes. Bienvenidos a una nueva sesión del curso de Geopolítica!
Ramón Arturo Maya Gualdrón es una persona tan sensible y fina que nadie se atreve a decir cosas feas en su presencia. Es amable hasta para regañar. Su gestualidad es suave y musical como su voz.
-Hablemos de panorama internacional, dice de repente. El salón se metamorfosea en un consejo de redacción periodístico. Ramón es versado en todos los temas. Después de cada intervención de mis compañeros, el profe complementa información adicional. Con cada sílaba que pronuncia nos amplía el mundo.
Es un admirador ferviente de la estilística. "Más que razón, somos emoción", insiste. En todas las clases nos cuenta la anécdota de una novela llamada La cabaña del tío Tom, un texto que inspiró la emancipación de los esclavos negros en la guerra civil estadounidense.
Ramón y yo somos zurdos: él para pensar, yo para escribir. No oculta ni un resquicio su animosidad por la guerra. Para él "nada justifica la crueldad". Todas sus ideas están sustentadas en sólidos argumentos. Su palabra favorita es síntesis. No dudo que, si las palabras fueran tangibles, viviría abrazado a ella todo el día.
Además de su sabiduría, lo que más me divierte de sus clases son los paréntesis rockeros. Ramón destina religiosamente cinco minutos de la sesión para mostrarnos videos musicales de sus bandas favoritas. Un día trae a Pink Floyd, otro a Aerosmith, a Metallica, a Queen, a los Beatles, etc.
Una amiga le pregunta:
-Profe, ¿qué es un adulto?
-Aquel que no escucha la música que le gustaba cuando era joven.
Amistad entrañable
Alejandro Zapata Peña es grande, tanto en estatura como en humanidad. Nuestras afinidades periodísticas y literarias nos hicieron entrañables. En un mundo donde los objetos hablan por nosotros, lo más valioso de las conversaciones con Alejo es que nunca aparece la palabra dinero.
El entusiasta
Su piel es broncínea, curtida por el sol y los años. Sus ojos redondos y observadores son ayudados por gafas. No lleva libros: los tiene metidos en la cabeza. Lo acompaña un cigarrillo humeante.
—Memo, ¿qué vamos a hacer con esa barriga?, le dicen en la oficina de Bienestar Universitario.
—Se la saco a bailar, si quiere.
Así es José Guillermo Ánjel Rendón: gracioso, locuaz y descomplicado. Un intelectual sin pretensiones ni vanidades. Un hombre modesto y reticente a los elogios. Frecuentemente utiliza su ingenio para burlarse de las ridiculeces humanas. “Un tipo creído es un pobre bobo. Déjelo en Saturno a ver qué hace”, bromea.
Memo conversa con cualquiera sin adular ni humillarse ante ninguno. Escucha las palabras del otro como si tuviesen la misma importancia que la Biblia. Más allá de sus inagotables conocimientos enciclopédicos y el dominio de varias lenguas, es un ser que en cada gesto, pausa, movimiento y silencio hace de su vida una banda sonora.
—Consígase un cuadernito y empiece a escribir un diario, me dice.
He aquí un presente escritor. Cuando lo veo en clase absorbiendo cada palabra que escucha de la profesora y de sus compañeros, me esperanzo al ver el presente del futuro literario. Su voz gutural penetra los oídos con la suavidad de quien ha reflexionado sobre cada una de las palabras con las que no tiene la menor intención de imponer nada. Tuvo la gentileza de inmortalizarme en uno de estos pequeños escritos. Cuando Fede sea grande, espero que me visite en mi taller de encuadernación para hacerle una edición de autor.
Fede que chévere hermano! cada vez me conecto más con tus escritos, un abrazo parcero