Los tenis risibles
Las gotas de lluvia comienzan a perlar las ventanas del salón 301 en el bloque 9 de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es martes. Las dos de la tarde dejaron de serlo hace diez minutos. El recinto está lleno. Inicia una nueva sesión del curso de Comunicación y Mercadeo con Ana María Valencia, una profe cuya simpatía es el aire vital de la clase.
Su figura es esbelta, acompañada de un rostro agradable y una piel blanca como la cera. No tiene ni un átomo de grasa. Su nuevo corte de cabello, un tanto más largo que el anterior, incrementa su juventud. Cada vez que sonríe refulgen sus dientes ligeramente amarillentos por la Coca-Cola y el café. Sus manos delgadas se mueven con suavidad para no incomodar al viento. Me gusta observar las manos de las personas; estoy convencido de que son los órganos más silenciosos y elocuentes de todos. Sus pies están calzados por tenis blancos. Viste pantalón negro y chaqueta de dril para defenderse del frío.
Días antes, Ana nos había puesto a diseñar una colección de tenis para Vans. Ese era el ejercicio parcial de la materia. El trabajo debía realizarse en grupos de cuatro personas. Mis coequiperas son Valentina Cardona, Sara Velásquez y Valeria Jiménez, una chica que en cada célula de su cuerpo respira reguetón. El trabajo está listo. Hemos preparado unas diapositivas para exponer nuestro diseño ante todo el salón.
Antes de mostrarles la susodicha creación a los compañeros (pues la exposición también hace parte de la nota) pensamos que nuestros tenis son lo máximo. Mis coequiperas y yo no podemos ocultar nuestra cara de felicidad. Nuestros pensamientos narcisistas nos invitan a renunciar a nuestra carrera de comunicadores sociales para convertirnos en diseñadores de moda. En las entrañas de nuestra imaginación no nos parece descabellado codearnos en un futuro con Silvia Tcherassi y, por qué no, hasta volvernos los sucesores de Óscar de la Renta. Soñar no cuesta nada, eso dicen por ahí.
Todo cambia cuando nos paramos frente al tablero. Apenas aparece en el proyector la imagen de nuestro diseño, el salón entero estalla en carcajadas. La profe, haciendo el mayor de los esfuerzos por mantener su compostura, sucumbe también a la risotada colectiva. Sus mejillas se sonrojan como un par de manzanas. Sus ojos oscuros también ríen.
A partir de ese momento, los tenis más hermosos del mundo se convierten en los más feos y horrendos del universo. Nuestro intento por revolucionar la industria del calzado acaba de recibir una herida mortal. Después de semejante vergüenza, las risas dan paso a un silencio sepulcral.
Ana se compadece de nosotros y dice:
-¡Los cordones están muy bonitos!
Acotación: le agradezco inmensamente a mis compañeros (y a la profe) por haber frustrado mis aspiraciones de convertirme en diseñador de modas. La Comunicación Social es la más bella de las profesiones porque nos permite humanizar la información y eternizar la fugacidad con palabras.
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