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La incertidumbre de un médico en tiempos de coronavirus (crónica publicada en Contexto UPB)



Hace pocas semanas, parecía inimaginable pensar que un virus originado en un país aparentemente lejano como China, nos cambiaría la vida de una manera tan abrupta. Una enfermedad inicialmente considerada por muchos como una “gripita”, ha puesto a nuestra salud en jaque.


Escribo desde Medellín, a unos 15 776 kilómetros de Wuhan, una ciudad desconocida para nosotros hasta hace tres meses, cuando empezó a nombrarse en los noticieros de todo el planeta. Pues fue allí (y se dice, con más certeza, que en un mercado de animales silvestres) donde surgió el COVID-19, la enfermedad que se convirtió en pandemia y hoy nos tiene a casi todos confinados en nuestras casas durante 24 días, al momento de escribir. Digo, casi todos, porque los trabajadores de la salud, por ejemplo, continúan laborando incansablemente para protegernos, arriesgando sus vidas y la salud de sus familias.


Los temores


“Yo creo que es distinto lo que se siente, cuando la gente que uno ama tiene que salir a exponerse a este virus. Cuando alguien se dedica a la profesión que ama, ante una situación como estas, es imposible que el miedo no lo tome por sorpresa”, dice mi madre, con los ojos encharcados, al referirse a mi papá, médico de 57 años, del que se enamoró hace 25. Desde entonces, nunca se han separado.


“Le echo la bendición siempre que sale para el trabajo, le digo que se encomiende a Dios, pero siento que así él no lo demuestre, se va temeroso”, dice mamá.


No es nada fácil atender pacientes en medio de una crisis sanitaria sin precedentes, en la cual el nefasto coronavirus ha infectado a más de 2,2 millones de personas en el mundo y le ha quitado la vida a unas 150 mil. Leyendo la prensa, me doy cuenta de que en nuestro país, al momento en que esto escribo, ya son 3.233 los casos, 308 de ellos en Antioquia y 179 de esos aquí en Medellín. Mi padre es consciente de la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra y ha sido franco en reconocer la posibilidad de morir, la cual, aunque no es muy alta (pues sólo el 3,5% de casos de Covid-19 son fatales), no por ello deja de asustarme.


“Todos los días me voy a enfrentar contra la muerte. ¿Será que por la alta carga de exposición al virus me voy a infectar, me va a dar de una forma grave y me voy a morir? Todas esas inquietudes están en los médicos”, reflexiona mi papá.


A pesar del clima de incertidumbre en el que vivimos, mi padre no ha perdido su exquisito sentido del humor. “Vámonos a vivir al Chocó”, decía jocosamente cuando aún no se habían reportado casos de coronavirus en ese departamento.


Mi progenitor es un apasionado por su profesión. Las pocas canas que resaltan en su castaña cabellera son reflejo de los 33 años de experiencia como galeno, 27 de esos como anestesiólogo. “Si volviera a nacer, volvería a ser médico”, me dice sin titubear. Estudió Medicina con mucho esfuerzo, a punta de préstamos y cuando le preguntan por su alma máter, manifiesta con orgullo: “soy bolivariano”.


De lunes a viernes, a las 6 de la mañana, mi padre parte desde nuestro apartamento hacia su lugar de trabajo, una prestigiosa institución prestadora de salud, donde labora desde hace unos 25 años. Se trata de una entidad de cuarto nivel de atención que asiste pacientes con cuadros de muy alta complejidad.


“Aunque tenga la fortuna de trabajar en una institución con procedimientos tan seguros, enmarcados dentro de las normas de higiene y seguridad, eso no te libera del miedo que, como ser humano, puedas sentir”, dice mamá.


–“Pa’: ¿Cómo está el ambiente en el hospital?”.


–“¡Pesado! Todo el mundo a la expectativa; cursos por todas partes de cómo cuidarse, de cómo ponerse los elementos de bioseguridad, video va, video viene… Como quien dice: ‘No se vaya a infectar, güevón, ¡cuidado!’. Eso estresa. Se espera que, en las próximas semanas, se llene el hospital con pacientes de COVID-19”.


–“Seguro que ya debe haber pacientes contagiados allá, ¿te han dicho cuántos?”, le pregunto, con curiosidad, a mi padre.


–“Esa información es reservada, Fede. Las historias clínicas son confidenciales y solo pueden acceder a ellas los médicos tratantes. Pero, amigos intensivistas me han dicho que hay cinco pacientes en la nueva UCI que abrieron, exclusivamente, para los pacientes con coronavirus. Sé que hay varios en Urgencias esperando resultados…”.


Por estos días, el hospital está en un 50 % de ocupación, únicamente se están atendiendo procedimientos urgentes y las cirugías electivas están canceladas. “Por precaución, el hospital no permite el ingreso de visitantes ni de acompañantes en áreas con pacientes portadores de COVID-19. Ya nos dijeron, a los anestesiólogos, que si el hospital se llena de pacientes con coronavirus, los tendremos que asistir”.


-"¿Tenés miedo?"


–“¡Claro!… Miedo a contraer una forma grave de la enfermedad, es decir, aquella que necesita soporte ventilatorio. Aproximadamente, el 5 % de pacientes con COVID-19 son conectados a un ventilador y el 90 % de ese 5 % fallecen, porque tienen los pulmones vueltos ‘mierda’. Afortunadamente, al 80 % de los infectados por coronavirus les da de una forma leve y al 15 % restante, de una forma moderada. También tememos que se acaben los equipos de bioseguridad, de ver reducidos nuestros ingresos y algunos, de quedar sin trabajo como, por ejemplo, aquellos que laboran en centros estéticos y su contrato es por prestación de servicios”.


Los pacientes que necesitan soporte ventilatorio son quienes requieren de cuidados intensivos. El problema es que, en Antioquia, actualmente, hay apenas 510 camas de UCI, las cuales, en su mayoría, están ocupadas por pacientes que padecen otras patologías como infartos, politraumatismos o aneurismas, por ejemplo. El riesgo es que si se llega a desbordar la crisis, no habría espacios suficientes para atenderlos y el número de fallecidos sería inmenso. Según cifras del Ministerio de Salud, de las 5.300 camas de UCI que hay en nuestro país, apenas 2.650 están disponibles para asistir a pacientes con COVID-19.


La realidad


Al comienzo de la crisis, el hospital donde labora mi padre contaba con 40 camas de Unidades de Cuidado Intensivo, pero, gracias a donaciones del empresariado antioqueño se lograron incorporar, desde el primero de abril, 30 nuevas camas nuevas de UCI para tratar a los infectados con COVID-19.


Sin embargo, hay una cosa clara: la tecnología es una extensión de la inteligencia humana. “Un error que he visto en los medios, Fede, es que piensan que un ventilador es igual a una UCI. ¡Ojalá fuera así! Una UCI es una infraestructura de médicos, de equipos interdisciplinarios que soportan un paciente críticamente enfermo. No es únicamente un ventilador. Si eso fuera así, cualquiera alquilaba dos casas allí en la esquina y montaba una UCI. Cuando dicen que van a poner una UCI gigante en Plaza Mayor, me río, eso no es posible. ¿Dónde están los resonadores, tomógrafos, endoscopios, laboratorio y el banco de sangre? Esos equipos solo están en los hospitales. El ventilador es un elemento fundamental, pero no lo es todo”.


-“Pa’: ¿Y qué es lo que hace un anestesiólogo?”, pregunto desde mi ignorancia.


-“Dormir a los pacientes y conectarlos a un ventilador. Somos la segunda línea después de los intensivistas para el manejo de los ventiladores. El anestesiólogo es como decir el intensivista del quirófano. Es el que le suministra la anestesia al paciente, es el responsable de monitorear los signos vitales durante la cirugía y, además, es el que maneja la vía aérea del paciente, el que lo intuba y lo extuba”.


Al notar mi interés, mi padre continúa la explicación, haciendo el máximo esfuerzo por utilizar términos sencillos: “Para colocar el paciente a un ventilador, primero tienes que sedarlo, relajarlo… Luego, tienes que ponerle un tubo que va de la boca a la tráquea, con un aparatico que se llama laringoscopio. Y ese tubo es la interfaz que hay entre el ser humano y el ventilador. Colocar ese tubo no es tan fácil. Más de la mitad de los médicos en todo el mundo no saben intubar. Y esa es la diferencia entre la vida y la muerte. Para nosotros es fácil, porque lo hacemos día a día, pero para un médico que no esté muy familiarizado, es un «gallo»”, agrega. “En ese lapso, entre dormir al paciente e intubarlo, se puede vomitar. Porque como está relajado, no traga ni tose, entonces, hay que hacer una serie de maniobras y tener ciertos equipos: aspiradores, por ejemplo. El manejo de la vía aérea es un capítulo inmenso de la medicina”.


Intubar pacientes infectados con el Sars-CoV-2 es un procedimiento supremamente riesgoso para los anestesiólogos, pues cuando el paciente está en ventilación mecánica bota ciertos aerosoles, es decir, micropartículas que viajan en el aire, las cuales tienen una alta carga viral y pueden ingresar fácilmente a la vía aérea del médico que está asistiendo al enfermo. “Una cosa es verlo en televisión y otra muy distinta es cuando uno se pone el traje de bioseguridad y le dicen: ‘aquí está el paciente, intúbelo’, sabiendo que ese bicho puede entrar a su vía respiratoria. Hay médicos y enfermeras que lloran del susto”.


“Cada vez que tenemos contacto con un paciente infectado, nos tenemos que poner una bata antifluidos y antiaerosoles por encima de la pijama quirúrgica, tapabocas N-95, gafas, gorro y visera, que es una especie de acetato para cubrir la cara. Y aun así, no estamos cien por ciento protegidos contra el virus”. Cuando se utilizan los quirófanos del hospital para intervenir a pacientes contaminados con el virus, hay que esperar una hora para limpiar el recinto y, luego, otra hora más para volverlo a utilizar. “En ambientes cerrados y saturados como el hospital, el virus puede permanecer hasta dos horas”.


Mi padre termina su jornada a las siete de la noche. Anteriormente, se demoraba hora y media para llegar a casa, debido a los interminables tacos de nuestra ciudad. En tiempos de cuarentena, el trayecto que emprende desde el hospital hasta nuestro apartamento, le toma un poco más de quince minutos. Mi reloj marca las siete y veinte, cuando escucho el timbre. Abro la puerta y me invade una sensación de alivio, al ver la silueta de mi papá.


-“¿Qué hubo mi Fede?”, me saluda efusivamente, mientras se quita los zapatos, se los entrega a mi madre, junto con su mochila, para que ella proceda a atomizarlos con hipoclorito de sodio. Luego, entra directo al baño a ducharse y aunque la ropa que trae puesta no es la que usa al interior del quirófano, de igual forma, se procede a lavarla de inmediato. Después de ese protocolo que realizamos a diario, con el fin de protegernos, ahora sí nos podemos saludar y compartir las anécdotas del día.


... Es triste ver como discriminan al personal médico y paramédico por temor a contagiarse, sin tener en cuenta que ellos son los que están salvando la vida de tantas personas y que tienen que tener un protocolo de protección individual para no ser portadores del virus y por ende, no transmitírselo a nadie”, manifiesta mi madre con indignación.


Dualidad


Los aplausos, silbidos, el sonido de las vuvuzelas, pitos y los versos de canciones icónicas como Color esperanza y Esta vida indican que ya son las ocho de la noche. Inmediatamente, mis padres, mi hermano y yo nos sumamos a la ovación. Desde el sábado 21 de marzo, diariamente, se rinde un corto, pero sentido homenaje a los trabajadores de la salud, nuestros héroes.


Lastimosamente, todo esto contrasta con las actitudes discriminatorias de algunas personas hacia el personal de la salud en el transporte público y los supermercados. “En un pueblo donde hay tanta gente ignorante, es triste ver cómo discriminan al personal médico y paramédico, por temor a contagiarse, sin tener en cuenta que ellos son los que están salvando la vida de tantas personas y que deben tener un protocolo de protección individual, para no ser portadores del virus y, por ende, no transmitírselo a nadie”, manifiesta mi madre con indignación.


Pasadas las diez de la noche, antes de dormir, me acerco a la habitación de mis papás y les doy un beso en la mejilla, deseando poder hacer lo mismo el día siguiente.

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