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Las voces que jamás se apagarán


(Reseña del libro Voces de Chernóbil: crónica del futuro, escrito por Svetlana Alexiévich)


Voces de Chernóbil: una novela polifónica que humaniza la peor catástrofe tecnológica del siglo XX.

¿Qué es el hombre? Una criatura capaz de lo peor o de lo mejor. Existen quienes se aferran ciegamente a los ideales de “progreso” y usan la tecno-ciencia (como dice Memo Ánjel) para acabar con el planeta, forjando así el camino de la autodestrucción. Existen otros que trascienden el miedo para contarle a la humanidad los errores cometidos y así evitar su repetición. Esa es la dualidad que presenta Svetlana Alexiévich en sus Voces de Chernóbil.


Se trata de un material viviente, narrado desde la emocionalidad, espontaneidad y sensibilidad de aquellos que vivieron en carne propia el mayor desastre tecnológico del siglo XX. Una obra excelsa, no solo por la destreza estilística de la escritora, sino también por su manifestación sublime del sufrimiento y el coraje humano. Las Voces de Chernóbil ya nunca más se apagarán. “Ya no me va a callar nadie”, afirma la periodista Alexiévich, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2015.


¿Qué le pasó al hombre? No solo está enfermo por el aire venenoso de la radiación; su conciencia también está enferma. Chernóbil no es la destrucción de un reactor nuclear. Es el rompimiento de un sistema de valores que consideraba al ser humano como el único depositario del planeta. “Lo sucedido en Chernóbil no es la ciencia sino el hombre. No es el reactor sino el hombre” (p. 245).


La historia es cíclica. Chernóbil presenta algunas similitudes con la coyuntura pandémica actual (guardando las proporciones, por supuesto). Ser de Chernóbil (al igual que tener covid) implica estar condenado al ostracismo y la marginalidad. Los testigos de la tragedia relatan como aquellos enfermos radiactivos fueron excluidos, despreciados, deshumanizados y cosificados. “No debe olvidar usted que lo que tiene delante ya no es su marido, un ser querido, sino un elemento radiactivo con un gran poder de contaminación” (p. 26), le decían a la esposa de uno de los bomberos que estuvo en la central nuclear apagando el incendio.


Emulando el legado de Sófocles, Eurípides y Esquilo, Alexievich construye un mosaico de testimonios orales al estilo de las tragedias griegas. Se evidencian las estructuras narrativas, empezando por una Nota Histórica que contextualiza la dimensión del accidente de la central nuclear y argumenta la pertinencia social de la temática a tratar.


Svetlana Alexiévich fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2015.

El componente dramático se evidencia en aquellos que, catalogados como héroes, se enfrentan a una guerra invisible que los conduce a un destino trágico. “Al regresar del ‘Afgán’ sabía que había sobrevivido. Pero en Chernóbil era todo al revés: eso te mataría justo cuando ya hubieras regresado a casa” (p.129), manifiesta uno de los liquidadores de la zona.


La técnica narrativa predominante es el testimonio directo, lo cual permite que los lectores se acerquen a los hechos, sin importar qué tan distantes se encuentren de los mismos. La diversidad de miradas, el contraste de fuentes y la intercalación de monólogos y coros enriquecen la historia, permitiendo una comprensión más amplia de la naturaleza humana. “El hombre armado de un hacha y un arco, o con los lanzagranadas y las cámaras de gas, no había podido matar a todo el mundo. Pero el hombre con el átomo… En esta ocasión toda la Tierra está en peligro” (p. 338).


Svetlana necesitó de altas dosis de confianza para que los testigos pudieran abrirle su coraza, exponerse vulnerables y desnudar sus almas. Porque si hay algo que caracteriza a los pueblos eslavos es su hermetismo. Alexievich es, además, un ejemplo de perseverancia (se tomó dos décadas para poner en orden los relatos).


La cronista, desprovista de vanidades, atestigua los acontecimientos. Nunca conjuga el verbo juzgar. Svetlana es “un oído humano” que escucha a quienes fueron silenciados por el estado para evitar que se supiera la verdad. Su tarea es ayudar a que aquellas voces puedan poner en palabras una situación tan difícil de comprender, de la que no se encuentra explicación ni siquiera en la literatura. Un título alternativo para este libro podría ser: Historia no oficial de Chernóbil.


¿A qué ritmo endiablado se construyó la central atómica de Chernóbil? Se construyó a la soviética. Los japoneses levantan instalaciones como estas en doce años, aquí lo hicimos en dos, tres años. (...) ¿Y quién dirigía la central atómica? Entre los directivos no había ni un físico nuclear” (p.398). La irresponsabilidad y mediocridad humana le arrebató la ilusión a los más pequeños. “Nuestros niños no sonríen. Y en sueños lloran”. (p. 383) Muchos perdieron su razón de vivir, y su vivir. Chernóbil no sólo enterró a los hombres: también a los animales y a las aldeas. Hasta este punto ha llegado la estupidez humana.

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2 Comments


Maravillosas, historia y narrativa.

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Héctor Hoyos
Héctor Hoyos
Nov 17, 2021

Felicitaciones

muy interesante el reportaje

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