Lionel Messi: la costumbre de lo extraordinario
(Crónica - ensayo con aire nostálgico)
Todavía me cuesta creer que la escuadra azulgrana se haya quedado huérfana. Parece como si estuviese en un sueño del que no quisiera jamás despertar. La partida de Messi del FC Barcelona se hacía tan lejana, tan inverosímil como planear unas vacaciones a Marte. Muchos corazones se acongojaron al ver a Leo sumido en un mar de lágrimas lamentándose al no poder recibir la última ovación de la fanaticada.
Asaltan las preguntas: ¿Por qué se fue? ¿Cómo un club de semejante envergadura permite ir al mejor jugador de su historia? ¿Quién lo reemplazará? Si es que acaso es posible reemplazar a la leyenda del deporte más universal de la Tierra.
Al igual que Galeano, también soy mendigo de buen fútbol. Es más, me convertí en mendigo de buen fútbol por culpa de ese chiquitín rosarino que con sus jugaditas y "artes malabares" hace del fútbol una "fiesta para los ojos", como diría el sabio Eduardo.
Ángel y salvador para unos, diablo y verdugo para otros, nadie puede negar que este petiso intrépido ha escrito con tinta indeleble numerosos capítulos de un libro llamado balompié. Los niños quieren ser como él, las mujeres suspiran por él, los medios hablan de él, millones ven el fútbol gracias a él y los creyentes se encomiendan a él.
Desde niño acaricia la esférica con delicadeza. La trata tan bien que la hace sentir a gusto y por eso ella le hace caso. Mientras su talento crecía más y más, su estatura era reticente a aumentar. A los 11 años comenzó a presentar problemas de crecimiento, lo que hizo inevitable la aplicación de inyecciones diarias con hormonas que le costaban a su acomodada familia 900 dólares al mes (y unas cuantas lágrimas a Leo).
Dicen que River Plate estuvo muy interesado en hacerse con La Pulga, pero desistieron porque no querían asumir ese tratamiento tan “costoso”. Frente a la negativa del Millonario, a comienzos del nuevo milenio, Messi atravesó el Atlántico para probar suerte en tierras catalanas.
Charles Rexach, entonces entrenador del FC Barcelona se percató del prodigio argentino y, antes de que se le adelantaran, firmó el primer contrato con Messi en una servilleta. Quienes tildaban a Rexach de “apresurado”, ahora se tragan sus palabras y quisieran devolver el tiempo. Durante los primeros 4 años de Leo en la Masía, participó en 6 categorías, marcando mínimo un gol por partido; los chicos de las divisiones inferiores se convirtieron en sus primeras víctimas.
Años más tarde, Frank Rijkaard convocó a Messi para un encuentro amistoso contra el Todopoderoso Porto de José Mourinho. 16 de octubre de 2004. Se estrenaba el remodelado Estadio Do Dragão en la ciudad de Oporto –urbe que muchos no conocemos, pero imaginamos gracias al sabor de los vinos que produce–. En fin, Messi ingresó al campo en el minuto 75. Tenía 16 años. Portaba el dorsal número 14. La camiseta no era azulgrana, sino dorada: presagio de la época que protagonizaría años más tarde en el club de sus amores. Desde aquel día, Lionel Andrés Messi Cuccittini huyó del mundo de Los Nadies para nunca volver.
Meses más tarde, debutó en la liga contra el Espanyol, convirtiéndose para ese momento en el jugador más joven en participar por vez primera en ese certamen. No era fácil hacerse un lugar en el Barcelona de aquella época. Ronaldinho Gaúcho, mago de la pelota, estaba en su máximo esplendor. Ronaldinho no jugaba fútbol, bailaba fútbol. La luz brillante del brasileño opacaba a la del argentino, pero pronto le llegaría su momento. Era, todavía, un jugador en formación: el diamante en bruto se estaba tallando.
Primero de mayo de 2005. Partido contra el Albacete. Ronaldinho le manda una pincelada a Messi, un toque milimétrico que el rosarino envía al fondo de la red con un disparo de vaselina. Ronaldinho le dice a Leo con las piernas: "vos sos mi sucesor".
Tan bueno el chico que los españoles batallaron a capa y espada para nacionalizarlo, pero no: él nació en Argentina y para Argentina jugará siempre. Fue recompensado por la fidelidad con su patria: campeón del Mundial Sub-20 del 2005 –celebrado en los Países Bajos–. Los albicelestes despacharon a España, Brasil y a Nigeria, en la final. El equipo juvenil estaba dirigido por José Néstor Pékerman. A Messi lo acompañaban un tal Zabaleta, un tal Agüero y un tal Mascherano –la base del equipo subcampeón en Brasil 2014–. Pero la estrella en aquel mundial de 2005 fue Messi. Sus seis tantos en aquella competición lo certifican.
Los argentinos empezaron a compararlo con Maradona. Algunos pensaron que quizá era una exageración, incluso una bestialidad. Pero se callaron la boca cuando el rosarino, durante la semifinal de la Copa del Rey de 2007, calcó el golazo que le hizo Diego Armando a los ingleses en el Mundial del 86. Por el mismo costado y todo: gol de Messi, eco de Maradona. Distinto contexto, misma dosis de genialidad.
Primero de marzo de 2006. En un encuentro contra Croacia, en Basilea (ciudad natal de Federer), consiguió su primer tanto con la albiceleste de mayores. Enganche y gol de diagonal. Con Messi todos saben lo que hará, pero pocos saben cómo detenerlo. No necesita ser grande para ser grande.
En junio del mismo año viajó con su selección a territorio germánico para disputar la Copa del Mundo. No tuvo mucho chance de brillar, aunque demostró algunos pincelazos de astucia. Los teutones acabaron muy temprano con el anhelo mundialista de los gauchos. Muchos criticaron la decisión del técnico de no haber puesto a jugar a Messi en aquel encuentro. ¿Qué hubiese sido del resultado si Messi hubiera estado en el campo?
En 2007 quedó a un pasito de conquistar la Copa América. Sin embargo, en la final los brasileños le arrebataron la ilusión. No ganó, pero anotó el gol más lindo de la Copa. Para la posteridad permanecerá el tanto que le hizo a México. Picó la pelota, a modo de globo, sorprendiendo al arquero incrédulo que se resignaba a perecer ante el mejor jugador del mundo. 12 meses después, escoltado por el Kun Agüero, el flaco Di María y el curtido Riquelme, Leo pudo colgarse la presea dorada en las Olimpíadas de Pekín.
En 2008, Messi cambiaba de tutor: Frank Rijkaard salía, Pep Guardiola entraba. El equipo de Guardiola todo lo jugó y todo lo ganó. Como no, si tenía a Messi, Iniesta, Xavi Hernández, Puyol, Busquets y un Eto'o intratable. En la temporada de 2008/2009 los culés terminaron primeros en la liga española con 50 puntos, estableciendo un récord histórico. Además conquistaron Copa, Liga, Champions, Supercopa de España, Supercopa de Europa y Mundial de Clubes.
El primero de diciembre de 2009 Messi recibió por anticipado su regalo de Navidad: el primer Balón de Oro, de los 6 que ha conquistado hasta ahora.
Puede que la segunda década del siglo XXI para el FC Barcelona no fuera tan exitosa como la primera. No obstante, Messi siempre estuvo ahí, comandando el barco que, por algunos momentos, parecía hundirse. Después de Guardiola desfilaron Tito Vilanova, Gerardo Martino, Luis Enrique, Ernesto Valverde, Quique Setién. Y, quién lo creyera, el propio Messi.
Si algo nos recuerda la partida de Leo, es que en la vida nada es eterno. Las cosas pasan en un instante de ser realidad a recuerdo. Lionel se despide del Barça con la maleta llena: 10 títulos de liga, 4 Champions League, 7 Copas del Rey, 3 Mundiales de Clubes, 3 supercopas europeas, 8 supercopas españolas.
Con la albiceleste ha conquistado (por fin) una Copa América, además de un Mundial Sub-20 y un oro olímpico. Le hace falta ganar el mundial de mayores y puede que no lo logre. En cualquier caso, no necesita la corona para ser rey.
Juegue para quien juegue, contra quien juegue y donde juegue: Messi es la costumbre de lo extraordinario, como dijo alguna vez Juan Pablo Varsky.
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