Los perros no piensan
- Federico Hoyos Gutiérrez
- 15 ago 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 3 jul 2023
- ¡Vamos!
Al escuchar el sonido conjunto de estas cinco letras, las orejas de Toby se levantan como un par de antenas. El perro salta despavorido de la cama de mis padres. Es hora del paseo.
Sus ojos oscuros se endulzan mientras le coloco la correa azul con la que lo guiaré por el camino. Apenas cruzamos la puerta, baja raudo por las escaleras.
Al llegar al parqueadero del edificio, fisgonea con detenimiento las puertas de los cuartos útiles, que, por lo general, están llenos de cosas inútiles.
Para mí es un paseo más por los alrededores de la unidad; para Toby, es como llegar al Edén. Me tomó cierto tiempo enseñarle a andar despacio. ¿Para qué andar despacio en la era de la inmediatez? Milán Kundera tiene la respuesta: "La rapidez es olvido, la lentitud es memoria".
Mientras caminamos, Toby y yo sentimos el roce del aire: ese que no vemos, pero nos permite ver. Escuchamos el silencio. Saludamos a los árboles, quienes siempre responden, amables, con el abrazo de sus sombras. Entre ellos destacan un par de guayacanes que cada julio coquetean con sus efímeras hojas amarillas. Aquellas que, al acostarse sobre el pavimento, forman el más bello de los tapetes.
Toby olfatea el suelo: está leyendo noticias. Camina con cautela, aunque no tiene instinto de supervivencia. Le gruñe con fiereza a los perros grandes como creyéndose uno de ellos. Todavía no se ha dado cuenta que es un Yorkshire Terrier de escasos tres kilos.
De repente, sus fosas nasales se ensanchan. Quizá siente el olor de Salvador, su archienemigo, un pastor australiano con el que intercambia ladridos cada tanto. Quizá acabó de pasar Danna, una Golden Retriever con un pelaje tan hermoso como el lino. Quizá vio las huellas gigantes de Milo, un rodesiano crestado, atlético y musculoso. Quizá huele a Perla y a Muñeca, dos pomeranias tan impecables que parecen lavadas con límpido. Tal vez percibió algún vestigio de un perro salchicha con un nombre muy adecuado para su raza: Pitillo.
Pero lo que realmente busca la nariz de Toby son los rastros de Chuleta, una chihuahua delgada y sonriente. La quiere tanto que adora hasta su aroma. Por fortuna, el romance es correspondido.
Cuando la ve, sus pulmones se hiperventilan. Su corazón late tan fuerte, como queriendo reventarse. Cuando la ve, yo no existo. La Virgen primero deja caer al niño antes que Toby deje de mirar a Chuleta. Los perros también sufren de ese embobamiento temporal que artificiosamente llamamos amor.
Los perros no piensan, pero no mienten. No piensan, pero no tienen envidia. No piensan, pero no son racistas. No piensan, pero no se matan por ideologías.
Tener un perro es encontrar un lugar seguro en el mundo.

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