Yo fui telonero de Ringo Starr
- Federico Hoyos Gutiérrez
- 9 abr 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 23 abr 2021
Tres meses antes del show, cuando recibimos la noticia, estábamos atónitos. No lo podíamos creer. Jamás imaginé que estaría tan cerca de algo así.

En la semana del concierto estábamos levitando. Habíamos cantado el mismo repertorio en el restaurante Gaira y, desde ahí, ya sentíamos que tocábamos para Ringo. Era una oportunidad de oro, pues hacía poco más de un año había formado una banda con unos amigos y pocos nos conocían. Nuestro peculiar nombre: Los Villanos de Leyva, le sonó de una a Alfredo Villaveces, uno de los promotores del concierto que nos hizo la audición.
La presión y la responsabilidad eran inmensas. Éramos unos manes con un proyecto de un año y un repertorio de tres meses, ad-portas de confrontarnos con las estrellas de las estrellas, que venían a tocar canciones que han estado ‘pegadas’ durante más de veinte años en las listas de todo el mundo. Ringo venía acompañado de un combo de músicos de la talla de Steve Lukather (TOTO), Richard Page (Mr. Mister) y Gregg Rolie (Santana). Desde que me dijeron “Vamos a abrirle a Ringo”, ya tenía ese cordón apretando las pelotas. Augusto Martelo, líder de la banda y beatlemaníaco empedernido, bromeaba diciendo que se iba a poner pañales antes del toque.
Contábamos con apenas 20 minutos para calentar a los cerca de 2.500 espectadores enchaquetados en el parqueadero del Centro Comercial Bima, cubierto con una enorme carpa blanca para apaciguar el frío de la noche capitalina de aquel viernes 6 de marzo de 2015. No solo había que calentar el cuerpo, sino también la garganta y las manos, para poder cantar y tocar bien mi guitarra (una Gibson Les Paul SG, color rojo vino tinto).
Pese a las dificultades y limitaciones que implica ser telonero, en ningún momento sentimos rechazo por parte del público. Al contrario, sentimos calidez. A las 9:00 p.m., con puntualidad inglesa, comenzamos a tocar y la silletería empezó a llenarse. Los cinco estábamos sincronizados; nos convertimos en uno solo. Todos cantábamos, hasta el batero, Juan Andrés Posada. El rock es pura actitud. Estar en el escenario es lo más parecido a una sensación de vértigo, como si viajaras en un carro a toda velocidad. El público se contagió de ese vértigo y de esa emoción. Había varias personas de pie, incluso recuerdo a un grupito de metaleros que comenzaron a ‘poguear’.

Ubicado estratégicamente en uno de los extremos del escenario, tenía a la banda a un solo lado y eso me facilitaba el contacto visual en cuanto a temas de dirección. Había química entre todos los miembros del grupo, en especial con Carlo Mazzilli, amigo mío desde el colegio. Para mis adentros pensé: “Si hay algún problema, sé que este man y yo vamos a estar pegados y los demás se tienen que agarrar o nosotros dos nos agarramos del que veamos más sólido”.
De repente, el show fue interrumpido estrepitosamente por una propaganda de pinturas. El tiempo, ya de por sí escaso, se nos escapaba. Cantar los 4 temas que nos faltaban parecía una tarea titánica… Así que, cuando cesaron los comerciales, decidimos tocar rápido, un tema tras otro. Nada de presentaciones, ni de palabrerías ni de retórica.
Llevábamos 20 o 25 minutos cuando empezaron a hacernos señas para que nos bajáramos. “Bueno, esta y nos bajamos”, dije. Sorprendimos al público con Sweet Home Alabama, una canción para homenajear a Ringo, amante de la música country… “Sweet Home Alabama, when the skies are so blue”, coreábamos a todo pulmón. “Sweet Home Alabama. Lord I’m commin’ home to you”. Llegaron los aplausos y un grito de Carlo Mazzilli: “¡Hasta la vista! ¡Gracias, Bogotá!”. “¿Cómo así? ¿Ya tocamos?”, me dije mientras se apagaban las luces. Así es la vida; en un instante las cosas pasan de realidad a recuerdo.
Por problemas logísticos que nunca entendimos, no nos permitieron conocer a Ringo. En nuestros pensamientos quedaron las palabras de agradecimiento y la invitación a pasear a Villa de Leyva para el papá de todos los bateristas de rock.
Pese a eso, fue una experiencia inolvidable. Quizás un regalo que nos mandó Cerati en agradecimiento al homenaje que le hicimos un año atrás…
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